sábado, 22 de marzo de 2014

Dioses y Quimeras


No estoy en contra de los dioses. Al fin y al cabo, sus poderes no sólo pueden usarse para propósitos truculentos y atrozes, por mucho que la sociedad en la que vivimos se empeñe en demostrarlo. Ellos no tienen la culpa de haber nacido a base de leyendas milenarias, como tampoco la tienen de aquellas reticencias impuestas por sus aduladores a lo largo de los siglos.

Pertenecer a una religión puede equivaler a vendarse los ojos y la mente, a delimitar la realidad y la capacidad que esta tiene para sorprenderte y a rechazar cualquier cosa que no esté sujeta a sus dictámenes. Unos buscan en ellas respuestas a preguntas que ni siquiera el destino puede descifrar, mientras que otros la utilizan como una especie de material simbiótico del que aprovecharse y aumentar su posición económica y social. Cada persona puede escoger actuar, pensar y ser lo que quiera, aunque esta elección aparentemente libre a veces caiga en una opresión irreparable.

No obstante, los dioses y las religiones no son los temas que quiero abordar en esta entrada. Yo no temo a los dioses, sino a aquellas quimeras que surgen a nuestro alrededor y que se erigen con una furia inadvertida para destrozar todo cuanto les sea capaz. Son monstruos de carne y hueso, de nombres y apellidos, que aparecen en las vidas de otros para apropiarse de ellas y así alimentar su sed de poder y control. 

Normalmente adoptan el disfraz de amigos o parejas, insertándose en el mundo de aquella persona que han escogido como víctima y desprendiendo en ella su veneno mientras esta es totalmente inconsciente de lo que ocurre a su alrededor. Se regodean en el placentero martirio del aislamiento, en sus grandes dotes de tergiversación y en el enorme placer que les produce ir derruyendo todos y cada uno de los pilares de la vida de su objeto de deseo hasta convertirles en sus esclavos o mascotas y hacerles creer que son ellos el único motivo por el que vale la pena vivir.

Personalmente, he tenido la suerte de no tropezarme con muchas quimeras a lo largo de mi vida, pero sí he sido testigo de gente que ha quedado atrapada dentro de su embrujo y de como estos han pasado de una vida aparentemente triste a una vida realmente peor.  Es triste ver como estos pobres infelices creen que se lo deben todo a esa secta psicológica que se ha incrustado en su mente y lo difícil que va a ser abandonarla cuando sean conscientes de lo que les está ocurriendo. 

Pero a todo dios, ya sea onírico o material, le llega su caída. Y pueblos más grandes se han vuelto a levantar después de ser expuestos a la repugnante tiranía de un monstruo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario