miércoles, 30 de abril de 2014

5 razones por las que creer en el cine de superhéores


Visto como un género "freak", los superhéroes llevan décadas intentando hacerse un hueco en el complicado mundo cinematográfico y arrastrando una lacra de la que no han logrado desprenderse con demasiada felicidad. No son pocas los personajes que han visto sus cómics adaptados a la gran pantalla, pero no todos han conseguido alcanzar el éxito (y prácticamente ninguno había conseguido mantenerse con solvencia sin caer en el más absoluto esperpento). 

No son pocos los obstáculos a los que este género cinematográfico se ha tenido que enfrentar durante décadas, pero parece que la llegada del siglo XI ha supuesto un golpe de suerte. Poco a poco la gente deja de ver estas adaptaciones como nimiedades y se brinda a dejarse llevar por un auténtico espectáculo audiovisual que no hace más que ganar terreno y aumentar su calidad. De hecho, podemos decir que nos encontramos ante "la era cinematográfica de los superhéroes", una recompensa conseguida con esfuerzo, constancia y muchísimos experimentos fallidos.

Creo que hay razones de peso que me llevan a defender a capa y espada este género cinematográfico como uno de los más satisfactorios de la actualidad. Hay infinidad de motivos por los que merece la pena alabarlo, pero si alguna vez tenéis que convencer a alguien para que os acompañe a ver la última película de vuestro superhéroe favorito, o simplemente queréis cerrar bocas y conseguir que los detractores del género acaben convirtiéndose en nuevos fans de este, tan sólo necesitáis mostrarles los cinco argumentos que tenéis a continuación. Sencillos, consistentes e infalibles.

1) La llegada del Caballero Oscuro

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Si hay un superhéroe que volvió a activar los oxidados engranajes del cine de este género, ese fue sin duda Batman. El famoso murciélago fue adoptado por las manos del gran Christopher Nolan, quien no sólo consiguió rescatar la figura cinematográfica del Caballero Oscuro de aquel desprestigio conseguido "gracias" a películas como Batman Forever o Batman & Robin, sino que su  aberraciones cinematográficas, sino que logró marcar un antes y un después en el cine de superhéroes y, probablemente, en el séptimo arte. 

Una dirección exquisita, un ambiente adulto y oscuro, unas tramas soberbias, un desarrollo de personajes sublime, unas interpretaciones soberbias, unos villanos de lujo y unas escenas de acción ejecutadas con absoluta maestría que lograron convertir estas películas en una trilogía de culto, aclamada por el público y la crítica. 

Batman logró resurgir de sus cenizas. Y con él, la esperanza y el interés por el cine de superhéroes.

2) La unión hace la fuerza


El universo de DC ya había logrado la gallina de los huevos de oro, y sólo era cuestión de tiempo que Marvel encontrara la suya. Las películas de esta franquicia superaban con creces las ventas millonarias de la otra, pero seguían sin conseguir prestigio o una marca consolidada más allá del personaje de Iron Man (porque hay que recordar que la franquicia de Spiderman estaba más que sepultada). Por ese mismo motivo, decidieron arriesgarse y elevar su ambición hasta cotas estratosféricas con la adaptación cinematográfica de Los Vengadores.

La unión no pudo salir mejor parada. Mientras que las películas de los superhéroes por separado (a excepción, una vez más, de Iron Man) no eran más que una mera carta de presentación de cara a la película que les uniría como equipo, esta supuso una auténtica lluvia de millones y el despertar absoluto de esta fiebre superheroica en la que estamos plenamente sumergidos. 

Los Vengadores ha sido el blockbuster palomitero por excelencia de los últimos años, combinando humor y acción como muy pocas películas del género lo han conseguido en la historia del cine. Una película que ha abierto una auténtica franquicia comercial. Un culebrón superheroico cuya luz está a años luz de apagarse.

3) La renovación del anacronismo

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Tras el éxito de Los Vengadores, si hubiese que escoger a uno de los integrantes a los que mejor les ha sentado su incursión en el grupo, me quedaría sin duda con el Capitán América. La primera aventura en solitario de Steve Rogers no fue precisamente la más dinámica y entretenida de los integrantes del equipo (que no es lo mismo que decir que fue la más floja, porque no lo fue). Sin embargo, sus andaduras posteriores lo han convertido en el integrante con un futuro cinematográfico más interesante y espectacular.

El Capitán América era un auténtico anacronismo cuyas aventuras poco podían transgredir en una época histórica distinta a la que fue diseñado (hay que recordar que fue una propaganda patriótica americana para reclutar soldados que quisieran combatir contra las tropas de Hitler en la Segunda Guerra Mundial). Pero gracias a la fidelidad de la linea argumental de los cómics y a la estupenda adaptación de "El soldado de invierno" (con aires de thriller político bien trazado y una construcción de personajes secundarios envidiable en este género), la modernización del superhéroe ha supuesto todo un éxito y lo ha ensalzado como el Vengador con un futuro cinematográfico más prometedor.  

4) La revalorización las telarañas

 
Batman no es el único superhéroe cuyas aventuras cinematográficas del pasado devaluaron su imagen, ni tampoco el único que consiguió salir del bache. Spiderman también ha logrado que todos olvidemos (o, al menos, lo intentemos) aquella bazofia de trilogía dirigida por Sam Raimi en las que las aventuras del Hombre Araña pasaron de ser entretenidas a vergonzosas.

Muchos pensamos que revitalizar la imagen del superhéroe arácnido con tan pocos años de separación no era muy buena idea. Pero nos equivocamos. Marc Webb fue el encargado de crear una nueva franquicia bajo el nombre de The Amazing Spiderman. Y aunque la primera película no nos terminó de convencer (pese a que era infinitamente mejor que el bodrio de Spiderman 3), ha sido la segunda la que nos ha devuelto la ilusión y las ganas de ver las aventuras de Peter Parker.

 Lo que más nos ha llamado la atención de este resurgimiento no han sido las escenas de acción, sino la construcción de personajes y, en concreto, las actuaciones de aquellos que los interpretan. Andrew Garfield es el mejor Spiderman que el séptimo arte podrá tener nunca, y su química en pantalla con Emma Stone en el papel de Gwen Stacy es soberbia. Es probable que la pareja nos regale los momentos más románticos de toda la historia del cine de superhéroes, así como también la escena con más carga emocional del género. Y esto, en un género que se "conoce" por sus fallos a la hora de establecer empatía y sentimientos en sus historias, es digno de admirar.

5) Triunfo en la gran pantalla y en la pequeña

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Una vez constatado el poder de convocatoria que tienen las historias de superhéroes, era lógico que estas no se quedaran sólo en la gran pantalla. Durante este último par de años la cadenas de televisión estadounidenses se han atrevido a emitir adaptaciones de algunos superhéroes de talla "secundaria" que podían fracasar en taquilla como ya lo hicieron Daredevil o Green Lantern. Arrow fue el conejillo de indias que se encargó de abrir este experimento, y S.H.I.E.L.D le ha seguido los pasos en esta temporada televisiva. 

Tras comprobar el éxito de estos experimentos, ya son muchos los proyectos de que se están gestando de cara al futuro. Uno de ellos es Flash, aunque el más sugerente es el de Gotham, centrada en los villanos del universo de Batman y cuyo protagonista será el comisario Gordon. Como podéis ver, los superhéroes vienen dispuestos a conquistar también el mercado televisivo.


Como podéis comprobar, lejos queda ya aquella época en la que el cine de superhéroes era un género minoritario destinado a saciar aquellas personas devoradoras de cómics o a aquellos niños que soñaban con salvar el mundo de las garras de los villanos más perversos. Hoy en día se ha convertido en el género cinematográfico por excelencia, un género que no sólo está dándonos alegrías visuales, sino que está sorprendiendo con productos cuya calidad radica tanto en tramas como en interpretaciones. Un auténtico espectáculo que nadie quiere perderse y cuya adrenalina y emoción cuestan controlar después de su visionado.

Y es que, por mucho que algunos todavía se empeñen algunos en negarlo, los superhéroes no son más que un trampolín que lleva a mucha gente a perseguir sus sueños con mayor determinación, a establecerse unos objetivos y a disparar su imaginación hasta lugares que de otro modo serían inalcanzables con otros métodos. 

miércoles, 23 de abril de 2014

Babel derruída





La cafetería en la que habían quedado aquella tarde, como sucedía todos los miércoles, estaba a rebosar. Los clientes de aquel local realizaban actos tan dispares como mantener una animada conversación grupal, tratar de llamar la atención de aquel atractivo camarero cuya sonrisa no parecía tener la intención de desaparecer de su rostro o dejar que el café se enfriase mientras la inspiración se disparaba contra la pantalla del portátil. Y, entre toda aquella marea de actividad social, estaban ellos. Los únicos que le otorgaban una amarga y hostil frialdad a aquel ambiente tan cálido e íntimo.

Uno de ellos no sabía muy bien cómo habían llegado a volver a reunirse después de tantos meses. El nombre de su compañero de mesa hacía mucho tiempo que había dejado de aparecer en sus pensamientos y entre los primeros de su lista de contactos de Whatsapp,. Creía que se trataba de otra persona cuando este le envió un mensaje para pedirle aquella cita. Pero no. Era él. El que jamás admitía correcciones o equivocaciones. El que dejó que su orgullo y su ceguera acabaran con todo lo que años y años de convivencia habían construido entre ellos. 

Habían sido confidentes, hermanos de distinta sangre y compañeros inseparables cuya relación parecía ser inquebrantable. Sin embargo, todo aquello pertenecía a un pasado que poco o nada se asemejaba a lo que eran actualmente. Ahora no eran nada más que dos desconocidos a los que les había dejado de importar la vida de aquel que un día habían considerado un amigo. Una obra de arte cuya nula conservación la hacía irreconocible a los ojos de aquellos que la contemplaron cuando todavía brillaba por su singular belleza.

El que había citado a su antiguo amigo en aquella cafetería no fue capaz de pronunciar ninguna palabra, pero no tampoco la necesitó para poder expresar el motivo de aquella inesperada reunión.  En su lugar, una lágrima salió de unos ojos que imploraban arrepentimiento y perdón. Una lágrima que recorrió un rostro demacrado, muy distinto a aquel que rebosaba una arrogante e ignorante felicidad la última vez que se encontraron. Ahora suplicaba con otro tipo de sentimientos, aquellos que deberían haber aflorado de su interior cuando todavía estaba a tiempo de salvar aquella amistad que él mismo había decidido destruir. 

Él chico citado, en otras circunstancias, lo habría perdonado como todo buen amigo haría. Pero ya no. Había pasado mucho tiempo, y él también había cambiado el rumbo y las prioridades de su vida. Unas prioridades entre las cuales no figuraba el nombre de aquella persona que tenía enfrente. No volverían a congeniar como antes, y mucho menos si su memoria sólo lo retenía dentro de ella gracias al dolor que le provocó su abandono. No disponía de tanto tiempo libre como para intentar reconstruir de nuevo aquella torre de Babel. Lo único que podía conseguir era una réplica prefabricada de esta, y aquello era algo de lo que ya había aprendido a despojarse para poder vivir apaciblemente. Ya no daba la vida por alguien con tanta facilidad, y mucho menos si ese alguien ya había disparado contra sus sentimientos anteriormente.

Sin mediar ni una sola palabra, se sacó un billete de su cartera y lo depositó junto a los dos cafés que aún permanecían intactos sobre la mesa. Quiso sonreír a su compañero antes de levantarse y marcharse del establecimiento. Trató de querer ser educado y cortés con aquella persona que un día decidió convertir su vida en un infierno y, sin embargo, lo único que salió de sus labios fue un “no”. Una negación rotunda y segura como pocas antes había hecho a lo largo de su vida.  

Lo habían sido todo para convertirse en nada.


 Jorge Bastante