No descubro un secreto ancestral al decir que el boca-oreja es la mayor promoción que puede tener cualquier obra de arte en la actualidad. Gracias a ello no sólo llegamos a leer, escuchar o visionar cosas que por nuestra cuenta no habríamos hecho nunca, sino que además te crean una sensación de necesidad por aproximarte a ellas y dejarse llevar por su contenido.
Algo así me ocurrió con Her, una película que llegó a mí hace ya un par de meses por la de comentarios y críticas que se dejaban ver por las distintas redes sociales, encumbrándola incluso antes de ser exibida. Una película futurista, supuestamente de ciencia-ficción, se convertía en el drama más conmovedor de los últimos meses. Y yo me pregunté: ¿por qué una película tan aparentemente lejana a nuestra realidad está consiguiendo trastocar o hacer reflexionar a todos aquellos que la ven?
La historia de Her es bien simple. Theodore es un hombre con el corazón roto, obstinado a vivir una vida que dejó de emocionarle cuando se separó de su esposa. Ahora se dedica a escribir cartas y dedicatorias ajenas, enfrentándose día a día a esos sentimientos que acaban con él inconscientemente, y aislándose del mundo que le rodea gracias a los distintos entretenimientos que ofrece la tecnología de esa época ligeramente avanzada a la nuestra. Pero entre tanto aislamiento social, Theodore descubre la existencia de un nuevo sistema operativo que dispone de un complejo mecanismo de Inteligencia Artificial personalizable con el que puede satisfacer todas las necesidades del usuario. Y así es como conoce a Samantha, una voz que cambiará el resto de sus días y, probablemente, su vida. El resto, ya lo descubriréis por vuestra cuenta si decidís acudir a verla algún día.
Con una historia bien contada, una fotografía evocadora y unas interpretaciones más que magníficas -es imposible no desear abrazar a Joaquin Phoenix en algún momento del metraje-, Her viene a demostrarnos que aquello que el ser humano busca, ha buscado y seguirá buscando durante la existencia de nuestra especie es sentirse querido. Da igual que nos creemos falsos sentimientos de autosuficiencia o que nos empeñemos en vivir en un mundo donde se priorice mantener contacto con otros a través de mil pantallas. El ser humano huye de la soledad, necesitando sentirse querido por alguien -o algo- para dar lo mejor de sí mismo o para no hundirse cuando todo se viene abajo. Necesita unos labios que lo besen, unos brazos que lo abracen y un cuerpo con el que poder consumar unas necesidades tan instintivas como vitales. O hay veces que incluso se "conforma" con mantener una relación intelectual placentera y satisfactoria, y lo digo entre comillas porque probablemente es aquello más difícil de conseguir.
Y es que es imposible no salir desencajado de la sala de cine tras ver esta película. Probablemente porque lo más extraño de Her es tener la sensación de que te está contando una situación totalmente normal en un futuro no muy lejano. ¿O acaso no reímos, lloramos y nos emocionamos viendo una película a través de una pantalla o escuchando cierta música desde nuestros auriculares? Efectivamente, nos asemejamos a Thedoroe más de lo que pensamos.